Por Emiliano Císaro @emicisaro
Facundo Leguizamón es fileteador y le ha tocado trabajar para comercios barriales como El Café de la U, bar notable de Villa Urquiza. Si bien reside en Flores, es un amante de lo cotidiano, de las costumbres y de los usos de las identidades bien porteñas. Pintó para la Ex Esma y para la Feria del Libro y envía asiduamente sus trabajos a Europa.
¿Cómo y cuando nació está manera de trabajar? ¿Es tu profesión?
Comienzo a aprender fileteado porteño como un pasatiempo allá por 2004, con el primero de mis muchos maestros, Gabriel Sánchez, luego vendrían Don Ricardo Gómez con quién también tomé clases y mucho después los maestros de la actualidad de quienes aprendo constantemente, los que traen la enseñanza de los viejos fileteadores de camiones y colectivos. Durante dos o tres años lo tuve como forma de expresión personal pero no como trabajo, no fue algo planeado aunque me vino bien porque me permitió madurar el oficio (proceso que aún continúa y espero no cese nunca). Luego en 2007 comencé a estudiar bellas artes; dibujo, escultura, pintura, historia del arte y eso hizo que ponga en pausa la producción de obras fileteadas. El paso para hacer de este oficio mi medio de vida se fue dando de a poco. Comencé a enseñar fileteado en un taller de San Justo, lugar donde vivía, y entre eso y algunos pedidos iba haciendo mi salario. En este rubro como en tantos otros, la constancia es fundamental, y de a poco uno va logrando ser recomendado, se corre la bola, un cliente trae a otro, y así hasta el día de hoy en que me dedico a tiempo completo al fileteado, por suerte trabajo no me falta y si bien no vivo con lujos ni mucho menos, tengo la dicha de levantarme cada día entusiasmado por ir a trabajar, entrar a mi taller, destapar las pinturas, dibujar los ornatos y ejercer este oficio artístico netamente argentino y porteño.
¿Cuál o cuáles son los trabajos más lindos que hiciste?
Difícil pregunta, muy difícil… hay trabajos que tienen un valor sentimental muy grande, aunque tal vez no sean demasiado elaborados en lo técnico, y hay otros que son joyitas técnicas, a veces se produce esa carambola en la que todo queda acertado; la paleta de colores, el peso de las figuras, los espacios vacíos, las letras… todo funciona y uno no termina de sistematizar ese proceso, pero va quedando grabado a fuerza de ensayo y error. De mis trabajos hay uno del año 2014 al que le tengo un cariño especial, es una tabla muy sencilla y pequeña, de 35 cm x 50 cm con el retrato de Atahualpa Yupanqui, a mi entender una de las mejores guías que cualquier artista puede tener, su conocimiento y su concepción del rol que tiene la cultura popular sudamericana y en especial la argentina, es indispensable para ejercer cualquier práctica artística. Esa tabla de Yupanqui significó un poco mi regreso al fileteado (en el ambiente del fileteado a las obras les decimos «tablas», esto viene de la época de los carros y los camiones, donde las partes dónde el fileteador se explayaba más era en los pescantes o las tablas laterales y por ende quedó el nombre). Desde ese entonces casi no volví a pintar o dibujar obras por fuera del filete porteño.
¿Cómo estás trabajando en esta cuarentena?
La cuarentena trajo complicaciones a todos los trabajadores, y en lo mío no es la excepción. La verdad es que bajó la cantidad de encargos ya que muchos clientes suelen ser bares, restaurantes, etc. Pero afortunadamente me encontró trabajando en unos pedidos para clientes del extranjero y del interior del país para quienes pinto, luego digitalizo las obras y las envío por e-mail, así que eso se mantuvo sin cambios, y también aproveché para ponerme al día con obras de tamaños grandes que venía posponiendo por falta de tiempo. Lo que más extraño y lamento es no poder dar clases presenciales, el ambiente de trabajo en grupo, el aprendizaje mutuo, los mates, la charla… se aprende mucho dando clases y se comprende el oficio desde distintas perspectivas, eso enriquece el trabajo y permite el intercambio en una tarea que es bastante solitaria por naturaleza.
¿Cómo articulas y difundís tus trabajos en los barrios?
Lo cierto es que yo no tengo ni un cartelito en la puerta de mi casa, todo mi trabajo se difunde por boca en boca, por las redes sociales o lo ven en alguna vidriera, y lo cierto es que he pintado muy pocas obras que fueran destinadas al barrio donde vivo. La verdad es que tengo más obras que fueron a España que las que fueron para Flores (dónde vivo actualmente). El fileteado en ese aspecto, creo yo, está repitiendo un poco la historia del tango, que comenzó a ser reconocido en el extranjero y luego de eso se legitimó acá, y tanto a mí como a varios colegas nos sucede mucho de recibir pedidos de trabajos desde el exterior, aunque es cierto que muchas veces son de paisanos nuestros que le quieren dar un poco de color local a su lugar, formas de combatir el desarraigo, o de decir acá hay argentinidad, no lo sé. Lo mejor es cuando el cliente te dice «quiero que diga tal cosa, y el resto hacelo como quieras», ahí es cuando más se disfruta, y por consecuencia cuando mejor sale.
¿Alguna anécdota interesante que nos quieras contar?
Como te contaba este oficio me dio la oportunidad de conocer muchos lugares y en cada ocasión viví algo único, conocí a grandes maestros gracias a los encuentros que organiza la Asociación de Fileteadores, eso marcó un antes y un después en mí. Y a partir de relacionarme y conocer colegas pinté en la ex Esma junto a un grupo que admiro mucho que son los Fileteadores del Conurbano, participé del primer encuentro de muralismo en Trenque Lauquen, estuve en el encuentro de artesanías en la Universidad del Litoral, pinté en la Feria del Libro, compartí reuniones, asados, guitarreadas con colegas de distintos lugares del país, en fin… conocí gente buenísima en muchos lugares.
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