Enterarte leyendo una revista de algo que pasa o pasó a la vuelta de tu esquina, está bueno.
Reconocer a los artistas del barrio y saber en qué andan es justo .
Que las instituciones tengan dónde difundir sus actividades es necesario.
Apoyar y difundir la resistencia a que se haga cualquier cosa en el barrio o a que no hagan nada es importante y multiplicador.
La Revista de Saavedra se hace hoja en blanco para que la llenen todos los duendes y los fantasmas que habitan nuestras calles, todas las historias aunque sean hermosas mentiras, para recoger lo encontrado en los baúles de los sótanos y de los altillos.
A pulmón, sin tapas mentirosas, tratando de respetar tanto a un árbol como a una palabra.
“La censura no existe mi amor” cantábamos sacándole una palabra en cada repetición hasta que no quedaba nada. La revista nada sabe de eso y sólo canta: “La censura no existe mi amor”.
Más digna y romántica que cualquier medio masivo, se pasea por el barrio, convocando a los vecinos a leerse ellos mismos. A ser protagonistas de un futuro que no importa si llegó o no.
Sabedora de que un adoquín es mucho más que eso y una canción circula por los lugares más extraños.
La Revista de Saavedra no conoce de infidelidades, nos enteraríamos.
Se para delante nuestro y con pose seductora nos dice: “Dale, decime, contame.”
Y lo que está pasando lo atesora para que adentro nazcan cosas nuevas.
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