Sí hay un lugar que inspira, en el que la ideas renacen, las emociones se ordenan y las palabras burbujean, ese lugar es el bar. Y si es un bar del barrio, más todavía.
«Hay cosas que te ayudan a vivir». Así lo dice una canción que es un hito del rock nacional, «Un vestido y un amor». Es que todos tenemos hábitos que nos hacen bien, algo que nos salva, que nos alivia, nos inspira, que por momentos nos cambia la vida.
Para mí, el bar es una de esas cosas que me ayudan a vivir. Es un espacio que me regala libertad, un lugar para respirar ideas nuevas, reflexionar sobre aquello que me interesa, pensar mirando por la ventana y encontrarme con posibilidades inesperadas. Otras veces, tomarme un café es el tiempo que me doy para transformar emociones que encierran por emociones que abren. Cuando necesito salir para reencontrarme conmigo misma, pedirme un cortado puede devolverme la felicidad, o al menos acercarme su aroma.
El bar es el lugar ideal tanto para los solitarios como para los fanáticos de la conversación. Sentarse en el bar es un ritual que ayuda en todos los sentidos. Para quien quiere reflexionar es un espacio neutral que acompaña de la mejor manera, con la taza en la mano y la mirada en la ventana. Para quien escribe es una usina de historias. Para quien pinta es un sin fin de retratos porteños. Para quien lee es EL LUGAR. Para quien estudia, nada mejor que apoyar apunte o libro, y pedirte un buen café con medialunas. Para quienes van con chicos es un lugar ideal para que conversar o para que el pequeño dibuje y el papá o mamá pueda hacer alguna otra cosa. Para la declaración de amor, un clásico por excelencia. Para juntarse con amigos es la excusa para el abrazo, la mirada a los ojos, es el tiempo fuera del tiempo que toda charla entre amigos necesita. Para quien emprende ¡es el territorio más fértil que pueda existir!
Los bares, protagonistas de la vida barrial, porque también son sede de reuniones de vecinos que buscan potenciar la cultura y la solución a problemas, como por ejemplo, inundaciones, defensa de espacios verdes, cumpleaños del barrio, crecimiento de espacios culturales, etc. Muchas veces es en los bares donde se dan conversaciones clave para el presente y futuro de nuestra gente.
Un cortado, por favor.
Bares, lugares de encuentro.
Refugio, oasis, pausa, compañía, el bar es un lugar que hace bien, que nos conecta con nosotros mismos. Es un abrazo, cuando la soledad pega fuerte; es un amigo, cuando el silencio de la casa aturde; es alivio, cuando la mente parece llevarse todo puesto; es paz, cuando el ritmo de la ciudad parece devorarnos.
También, es un lugar de encuentro emblemático, donde las conversaciones suelen ser distintas a si las tenemos en espacios más íntimos, como si el murmullo, el ruido de la cafetera, la licuadora, y los diálogos entre mozos, mozas y clientes, hicieran que nos pongamos de acuerdo, más rápido. Así como también suceden discusiones, y las personas parecen olvidarse que hay gente alrededor, surgen llantos descontrolados, abrazos desesperados, entrelace de manos, y un infaltable (de novela y de realidad): levantarse de golpe, manotear el abrigo, decirle al otro «pagá vos», e irse del lugar como quien remata una pelea yéndose rápido y dando un portazo.
Un café, cortado en jarrito, cortado liviano, lágrima, capuccino, cortado con leche fría, café en vaso, ristretto, café con leche con medialunas, y para los más jugados y divertidos un toque de licor, algo de alcohol, canela, chocolate rallado, espuma, caramelo. Y así es que el bar, ¡puede convertirse en una fiesta! Una celebración para el alma, que de tanto en tanto necesita un descanso de tanta cabeza que la lleva de aquí para allá.
Muchas veces, sentarse en el barcito es decidir parar la pelota y detenerse a pensar en ese tema que nos tiene la mente ocupada. Entonces, en la mesa de madera, y a la luz de la ventana que da a la calle, con un cortado de por medio, logramos quitarle la velocidad descontrolada a la mente y rever lo que está pasando y estamos pensando.
Otras veces, el bar es el refugio de las emociones desorientadas, entonces llegar a una de sus mesitas y mirar la carta es empezar a ordenarnos.
El bar tiene el encanto de la mirada colgada en la ventana, que espeja soledades, ilusiones, ganas y obsesiones.
El bar es una compañía murmurosa que embebe en el bullicio confusiones mentales y torbellinos del alma.
Cuando parece ahogarnos la realidad, el cortado en jarrito nos devuelve las ganas.
Sole Gonzalez Alemán
@solegonzalezaleman
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