«Quién mira hacia fuera, sueña, quien mira hacia dentro despierta». C. Jung.
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Una vez más el hombre observa con intensa fascinación las dunas blancas, interminables, que se pierden en un horizonte casi lineal.
El sol barre las sombras y todo adquiere un brillo movedizo, se diría que fosforescente.
Casi puede palpar la quietud del aire y el silencio instalado ahí para siempre y desde siempre. Por alguna razón, recién ahora percibe algo más, está ahí frente a él y se pregunta el porqué y en razón de qué, sus ojos no habían visto antes todo lo que se encuentra allí, rodeándolo.
El primer cactus se yergue poderoso y está tan cercano que podría tocarlo con los dedos trémulos que ahora se aferran a la chaqueta de hilo, para no caer en la tentación de acariciar la superficie vegetal aparentemente tersa.
Inesperadamente siente una sed que surge no solo de su garganta reseca sino de algo más íntimo, apremiante, que pugna por escapar en un grito y solo se quiebra en un largo suspiro. Pero entonces ya está preparado cuando ve los otros dos cactus y aunque no puede calcular la distancia, solo sabe que están mucho más lejos y ese brillo, esa reverberancia del paisaje, lo confunden aún más.
Son tres los cactus.
Dunas blancas. Tres cactus inmóviles y atemporales.
Decide aceptar el hecho y seguir avanzando. Todo es parte de alguna premisa cuyos indicios se le escapan y él se encuentra ahí y sin saber porqué desea seguir ahí.
Debe concentrarse, debe hallar algo, sabe que le urge hacerlo. En ese momento no puede recordar qué hace en ese lugar, pero eso no tiene demasiada importancia, hay señales, cambios sutiles y puede sentirlo en su respiración contenida, a la espera.
Por otra parte no quiere alterar el silencio de este mundo blanco, irreal.
De este modo sigue avanzando entre las dunas y casi llega a sentirse parte del paisaje. Tal vez… si se quedara inmóvil, lo cubriría poco a poco la arena cálida y luego de un tiempo solamente sería una pequeña duna más, dejando el paisaje inalterado, libre de intrusos.
Cuando tropieza con la máscara, el hecho lo toma desprevenido. Se inclina y con infinito cuidado la toma entre sus manos, casi con un temor reverente.
Al examinarla, sus caracteres indígenas lo sorprenden, es muy antigua y un fluir indefinible de imágenes, ritos, nacimientos, batallas, en una rápida sucesión se superponen a los sentidos ya confusos del hombre y es lo que se desprende de ella, eso que llega de un tiempo diferente…Si solo pudiera descifrar qué es, identificaría la persistencia de esa sensación que permanece a pesar de todo.
Entonces recuerda algo, el tiempo…el tiempo es veloz y él está quedándose atrás.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo llegó ahí? Ya no puede recordarlo. Hay un fuerte impulso que lo empuja fuera. ¿Pero fuera de qué, de dónde? Debe regresar. Debe hacerlo ahora o luego será tarde.
Con gran esfuerzo, arranca su mirada del cuadro y sale de la exposición con una desesperada sensación de vacío, sintiendo que se ha fragmentado de alguna manera, y que debe recuperar esos fragmentos dispersos, porque ya nada será lo que había sido hasta entonces.
Atrás queda un bellísimo mural.
Solo dunas blancas, tres cactus erguidos y una antigua máscara indígena.
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Ada Scaglia
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