La «pulpo” fue una pelota de goma con rayas donde sobresalían el rojo y el amarillo y tenía un rombo con su nombre en el interior. Picaba como loca, costaba dominarla, pero era lo que había.
La comenzó a fabricar Don Gerildo Lanfranconi , le batían Pulpo, de ahí el nombre de la saltarina. ¿Dónde? En Pinto 3740, entre Jaramillo y Manzanares, pleno corazón de Saavedra. La Pulpo nació en un barrio Calamar.
Don Gerildo nos regalaba las “falladas” que sólo tenían alguna raya torcida o algún detalle intrascendente para el juego. Nos sobraban las pelotas.
Por ella se instituyó “El cabeza”, dos arcos no muy lejos, sólo se cabeceaba y tenía sus variantes, cabeza-cabeza vale dos, “palomita vale cuatro” y pararla con el pecho te habilitaba a usar los pies. La cabeza te quedaba como un lavarropas.
Dominarla era todo un arte, hacer “jueguito” era para malabaristas y si te pegaban un pelotazo te quedaban marcadas hasta las rayas.
Pero poco a poco, mientras La pulpo viajaba por todo el mundo, le fuimos encontrando la vuelta a “La que pica envenenada cuando agarra el adoquín”, fuimos calculando el toque justo para que sea gol pero no llegue a la avenida y aprendimos a “Pisarla”. Cuando se armaba el picado en Pinto Don Gerildo aplaudía cada destreza.
Como tantas otras cosas, La Pulpo se dejó de fabricar en los nefastos 90, exactamente en el 94, pero quedó en Saavedra la vieja tradición de pisadores que son capaces de dominar la bola entre los pozos y las raíces de los árboles. Claro que cada vez son menos, se van extinguiendo.
Ya se ve a una generación que nada supo de La Pulpo y si aparece un pibe que la pise y la domine, seguro alguien conservó celosamente una en su casa.
Hay aquí sobrantes pruebas como para asegurar que el menemismo, entre muchas cosas peores, terminó también con los pisadores.
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